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Dentro de Agbogbloshie, el gran basurero electrónico de Ghana

9 de abril de 2025


6 min de lectura


Sophie Benson

Periodista

Von alten Smartphones bis hin zu kaputten Laptops – in Agbogbloshie werden jährlich über 15.000 Tonnen Elektroschrott verarbeitet. Doch wie wirkt sich das auf die Umwelt aus? Und was können wir dagegen tun?

En Agbogbloshie, Ghana, los residuos electrónicos tienen un impacto ambiental devastador. Ubicado en la capital del país, Acra, fue uno de los mayores vertederos de tecnología del mundo, donde hasta 10.000 trabajadores procesaban cada año unas 15.000 toneladas de dispositivos desechados: smartphones, portátiles, televisores y todo tipo de aparatos electrónicos.

Si bien las autoridades desmantelaron el vertedero de Agbogbloshie en 2021, la zona sigue siendo un punto crítico de concentración de residuos electrónicos. Si buscas imágenes del antes y el después, puede que veas terrenos despejados, pero las nubes de humo tóxico que emanan de los montones de dispositivos siguen ahí. En Back Market decidimos visitar el lugar para descubrir cómo funciona hoy en día.

El vertedero de Agbogbloshie, en Ghana

¿Qué ocurre con los residuos electrónicos en Agbogbloshie?

Los residuos electrónicos llegan a Agbogbloshie desde los barrios cercanos y desde un puerto a unos 30 km de distancia. Su destino depende de su estado y valor: algunos dispositivos se reparan para ser reutilizados, otros se desmontan para recuperar piezas y otros directamente se queman para extraer los metales valiosos de su interior.

Es un trabajo peligroso. Según la Organización Mundial de la Salud, cuando los residuos electrónicos son desmantelados, triturados, calentados, derretidos o quemados manualmente, pueden liberar hasta 1.000 sustancias químicas diferentes al medio ambiente, incluyendo metales pesados como el plomo. Los habitantes de Agbogbloshie han reportado problemas respiratorios, dolores de cabeza y quemaduras debido a su trabajo en el reciclaje. Además, los estudios han demostrado que tienen niveles elevados de elementos peligrosos en sus organismos. "Este humo nos enferma", declaró uno de los recicladores entrevistados por Back Market.

Pero ¿por qué exponerse a un trabajo tan peligroso? "Estamos aquí por nuestras familias", explica él. Agbogbloshie está junto al asentamiento de Old Fadama, donde muchas personas viven en condiciones de pobreza. Para ellas, los residuos electrónicos son una fuente crucial de ingresos. Asimismo, otros recicladores han migrado hasta aquí para enviar dinero a sus familias o ahorrar para un mejor futuro. Los métodos de separación más seguros son simplemente demasiado caros e inaccesibles para ellos.

La paradoja aquí es que los países que tienen una mayor capacidad para procesar estos residuos de forma segura suelen derivarlos a países con menos infraestructura para gestionarlos. "Se culpa a lugares como Ghana por lo que ocurre, sin darse cuenta de que la causa real es la mala gestión de nuestros residuos electrónicos en Occidente", afirma Ugo Vallauri, cofundador y codirector de The Restart Project, una organización cuyas campañas impulsan cambios en las políticas de reciclaje en el Reino Unido y Europa y busca que la reparación sea accesible y asequible para todo el mundo.

Un problema global

Agbogbloshie es un ejemplo extremo de un problema global. Según el más reciente informe de Global E-Waste Monitor, en 2022 se generaron 62.000 millones de kilos de residuos tecnológicos en todo el mundo, y la cifra crece a un ritmo de 2.300 millones de kilos al año. De estos residuos, solo el 22% fue recogido y reciclado correctamente. Y del 78% restante, 18.000 millones de kilos acabaron en países de renta baja o media-baja sin infraestructura adecuada para su gestión, procesados en su mayoría por el sector informal.

Existe una grave desigualdad. Mientras que en África se generan unos 2,5 kg de tecnología por persona, en Europa la cifra asciende a 17,6 kg. Sin embargo, los mayores contaminadores siguen optando por enviar su basura a otros países, ya sea legal o ilegalmente, para hacer espacio a más productos nuevos.

"Hemos cometido el error de no dar suficiente valor a las cosas que ya se han fabricado», afirma Vallauri. Durante una semana, The Restart Project probó los productos de un centro de reciclaje de Londres y pudo confirmar que casi el 50% seguía funcionando. Vallauri asegura que esto no ocurre solo en Londres: los consumidores de todo el mundo envían a reciclar tecnología en perfecto estado que podría seguir utilizándose durante años.

¿Por qué? Se debe a dos razones, opina él. Una combinación de barreras impuestas por los fabricantes que impiden a los consumidores reparar un producto o alargar su vida útil y al bombardeo publicitario que nos persuade a que actualicemos nuestros dispositivos constantemente.

"Muchos de los materiales presentes en los productos electrónicos son absolutamente cruciales para sectores como el sanitario o las turbinas eólicas. Por lo tanto, al gestionar nuestros residuos de forma inadecuada, estamos perdiendo esos recursos." 

¿Cuál es la solución?

"No hay una única solución para esto", dice Izzi Monk, asesora de política medioambiental en la Royal Society of Chemistry. Habrá que abordar el problema desde varios frentes, empezando por repensar la manera en que diseñamos los productos. "El diseño pensado para el desmontaje es fundamental. Esto puede facilitar tanto la reparación como el reciclaje", afirma Monk. Y explica que eso implica desde elegir mejor los materiales hasta usarlos en menor cantidad: cuantos más materiales contiene un producto, más difícil es reciclarlo. También incluye medidas de sentido común, como usar tornillos en lugar de pegamentos para facilitar el desmontaje y la reparación.

Gracias a iniciativas como la campaña por el Derecho a Reparar, promovida por The Restart Project, algunos países europeos ya obligan a las empresas tecnológicas a proporcionar piezas de repuesto y manuales de reparación. Es un gran paso para que la tecnología dure más y así menos dispositivos acaben siendo desechos de exportación, pero aún queda mucho por hacer. El movimiento del Derecho a Reparar ya ha llegado a EE.UU., Australia, India y otros países.

Tanto Monk como Vallauri coinciden en que en los países exportadores de residuos tecnológicos hay una falta de infraestructuras de reparación y de habilidades para llevarlas a cabo. "Hemos perdido la cultura de la reparación porque nos hemos acostumbrado a comprar productos de usar y tirar", dice Vallauri.

En este punto, es necesario volver a hablar de Agbogbloshie, ya que, a pesar de los problemas que enfrenta, como la seguridad y la falta de recursos, sigue siendo un ejemplo claro de economía circular. Los productos se mantienen en uso durante años mediante reparaciones y reacondicionamiento, mientras que los materiales se reutilizan y reciclan, evitando así la dependencia de nuevos recursos. "Muchos de los materiales presentes en los productos electrónicos son absolutamente cruciales para sectores como el sanitario o las turbinas eólicas". Por lo tanto, al gestionar nuestros residuos de forma inadecuada, estamos perdiendo esos recursos", asegura Monk.

¿Cuál es el camino a seguir?

Para frenar el crecimiento descontrolado de la basura tecnológica, necesitamos un esfuerzo conjunto: gobiernos que garanticen nuestro derecho a reparar, empresas que diseñen productos pensando en su vida útil, países que reciclen más a nivel local y consumidores que apuesten por la reparación y usen sus dispositivos por más tiempo. "La economía circular tiene un impacto local, nacional y global", recuerda Monk. Todos tenemos un papel que jugar. Así que, la próxima vez que te tiente el último modelo de un smartphone, piénsalo dos veces.

Escrito por Sophie BensonPeriodista

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