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Actualizado el 24 de abril de 2025
24 de abril de 2025
5 min de lectura
India van Spall
Editora en Back Market
En la actualidad, el mundo genera unos 62.000 millones de toneladas de residuos electrónicos al año. Y la cifra aumenta a un ritmo cinco veces superior al de la construcción de instalaciones de reciclaje. Franck Pramotton, experto de The Shift Project, nos explica la realidad de la fast tech y nos habla de soluciones tangibles a largo plazo.
Todo el mundo sabe qué es la fast fashion, ¿verdad? La industria de la moda es famosa por crear productos en masa que no resisten el paso del tiempo, así que compramos y desechamos para saciar nuestra necesidad de novedades, sin considerar el impacto a largo plazo.
Pues con la fast tech pasa lo mismo. Si no te suena el término, te contamos de qué va.
En esencia, representa el ciclo de comprar, usar y desechar dispositivos electrónicos, rápidamente y, a menudo, innecesariamente.
Hagamos números: un móvil nuevo cada año, auriculares 'inteligentes' que dejan de funcionar en 18 meses y tecnología que usaste un par de veces y ahora acumula polvo en un cajón.
Las grandes empresas tecnológicas siguen sacando nuevas versiones del mismo producto, aunque tu dispositivo funcione perfectamente. Puede que no te des cuenta, pero la obsolescencia programada – cuando los dispositivos dejan de recibir actualizaciones o la batería empieza a fallar – nos empuja a sustituir en lugar de reparar. Y seamos sinceros, ¿quién no ha caído alguna vez en la tentación de ese anuncio brillante que promete lo último, lo más innovador, lo que va a cambiarte la vida?
Pero, ¿por qué es un problema?
Según el Informe Global E-waste Monitor 2024 realizado por UNITAR , los residuos electrónicos están creciendo cinco veces más rápido que las instalaciones de reciclaje documentadas. Si desglosamos esta cifra, de los 62.000 millones de toneladas de residuos electrónicos registrados en 2022, menos de una cuarta parte (22,3%) se recogió y recicló, dejando sin contabilizar recursos naturales recuperables valorados en 62.000 millones de dólares (como oro y cobalto) y aumentando los riesgos de contaminación para comunidades de todo el mundo.
La realidad es que cualquier producto con enchufe o batería que acaba en la basura supone un peligro para la salud y el medioambiente. Contiene aditivos tóxicos y sustancias peligrosas como el mercurio, que pueden causar daños graves tanto a las personas como al planeta. Si no actuamos ahora, las consecuencias en el futuro pueden ser críticas.
The Shift Project, el think tank francés que impulsa la transición energética y la descarbonización en Europa, es solo una de las muchas instituciones que trabajan por un cambio.
"Nuestro principal objetivo es reducir las emisiones de carbono en la sociedad y asignar mejor los recursos críticos que nos quedan, sobre todo los finitos o sensibles desde el punto de vista medioambiental", afirma Franck Pramotton, arquitecto informático y miembro de The Shift Project. "Actuamos como consultores. Colaboramos con ONGs, legisladores y organismos públicos para señalar y reducir la huella ambiental de la industria digital".
Toda esta coordinación es necesaria porque el panorama legal en lo que respecta a los residuos electrónicos globales es complejo.
“Existen acuerdos internacionales, como el Convenio de Basilea, que permite a los países decidir sobre los residuos que aceptan y garantiza que los países exportadores los gestionen de forma responsable”, explica Pramotton. "También está el Convenio de Bamako, que prohíbe la exportación de residuos peligrosos a África, pero no todos los países lo han firmado. Ghana, por ejemplo, recibe grandes volúmenes de residuos electrónicos y no lo ha firmado”.
Para evitar que los residuos electrónicos se envíen ilegalmente y se viertan en países en vías de desarrollo, empresas como The Shift Project abogan por una solución a largo plazo. Hay tres opciones: reparar, reutilizar o reciclar.
"Lo ideal es enviarlos a una planta de reciclaje adecuada. Esa es la ruta más segura", dice. "Pero solo entre el 20 % y el 22 % de los residuos electrónicos acaban allí. La mayor parte no se gestiona adecuadamente".
“También se están haciendo esfuerzos para que los dispositivos sean más reparables y para reducir la frecuencia con la que se desechan. La Unión Europea, por ejemplo, pretende reciclar el 85 % de los residuos electrónicos, pero la mayoría de los países actualmente solo alcanzan el 40-60 %. Muchos electrodomésticos pequeños o teléfonos se tiran a los contenedores de basura general, terminando en vertederos o incineradoras”.
Es muy difícil prestar atención a algo cuando no lo tenemos delante. Podríamos pensar: sí, los residuos electrónicos están afectando negativamente al planeta, pero no a nosotros. Error. El aumento de las inundaciones, los incendios forestales y el derretimiento de los glaciares son solo algunas de las formas en que estamos presenciando los efectos del cambio climático. Y eso, tarde o temprano, nos va a afectar a todos.
Por eso, es fundamental impulsar un cambio. Si adoptamos un consumo más consciente —ya sea apostando por la moda vintage o reparando nuestros dispositivos— podremos generar un impacto real, paso a paso.
“Al igual que la fast fashion, la fast tech se rige por el marketing, las tendencias, la presión social y la necesidad de actualizarse constantemente”, afirma Pramotton, y concluye: “[Como solución], en lo que respecta al reciclaje, estamos progresando, pero no con la suficiente rapidez. Hay mucho trabajo por hacer”.
Desplázate hacia arriba si quieres ver nuestra entrevista completa con Franck Pramotton o descubre más sobre The Shift Project en el siguient enlace.